Una ladera vertical da al Pantano de Santa Ana, en la otra más inclinada está el sendero de acceso. En un extremo el camino para vehículos de campo y montaña, casi en vertical.
La celebración del Santo el día 6 de agosto transforma ese paraje sumido en la más absoluta soledad en un centro de concurrencia y fiesta donde acuden de puntos pueblos lejanos, como un día de turismo. Se hacen barbacoas y se conserva un pozo con agua de la lluvia, con escaleritas y romero. Las hierbas aromáticas abundan, la vista es inmensa, desde el Pirineo a buena parte de las provincias de Lérida y Huesca.
El pasar un día allí, – una vez - rompiendo toda rutina diaria, parece un milagro. Un retroceso de siglos en el tiempo . Una reflexión sobre las ermitas, la religiosidad de los que las habitaban, la construcción y subsistencia en sitios tan inaccesibles, como sería posible… La propia celebración en un altar de la gruta, iluminado con velas y un rayo de luz lateral, con tres curas ortodoxos, de sotana negra, orando en latín, te sitúan en lo más profundo de la Edad Media.
La subida en remolque de tractor es penosa pierdes el equilibrio. te sientes como un saco de huesos molidos, con los señores de mas de 60 años del lugar manteniéndose de pie riéndose del espectáculo. La llegada a la plataforma de parada cuando salía el sol en el horizonte infinito. Había valido la pena.
La bajada por el sendero de tierra y piedras, donde te resbalan los pies, de primer momento, con su verdor natural de arbustos y matorrales, parece atractiva. A la media hora, ves el final cada vez mas lejos, te tiemblan las piernas. A los tres cuartos te tiemblan hasta las orejas; a la hora llegamos a la base. Una vez mas los señores mayores, parecian veinteañeros, nos manteníamos en pie gracias a su mano.
Luego, días de agujetas y…un buen acuerdo para siempre.
J Motis P. Recuerdo del año 2000, 6 de agosto
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